Isabel Garro. Fundadora de 3a4b. Experta en desarrollo sostenible. Asesora especial del Alto Comisionado para la Agenda 2030 (2018-2020)
Descarbonizar es el nuevo “buzz Word” o término estrella que todo aquel que se precie debe conocer para estar al día en las conversaciones de pasillo de las empresas, en eventos o en cualquier conversación de un jueves “after work”. Pero, ¿qué significa toda esta corriente? ¿Qué está detrás de la descarbonización? ¿realmente hay futuro en esa nueva economía descarbonizada de la que todos hablan?
Esta entrada del blog pretende ser una ayuda para todos aquellos que quieran sobrevivir en esta nueva realidad que se está tejiendo, que cada día es más verde, más circular, más sostenible y más descarbonizada. En primer lugar, debemos comprender por qué es importante descarbonizar y a qué nos estamos refiriendo con ese término. Después, necesitamos entender qué oportunidades se esconden detrás de este movimiento global y, por último, debemos decidir en qué medida podemos contribuir nosotros a toda esta corriente.
Cuando decimos que necesitamos “descarbonizar la economía”, estamos diciendo que necesitamos desarrollar procesos productivos y modelos de negocio que no se basen en la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. En la Primera Revolución Industrial vivimos el paso de una economía agrícola a una industrializada, donde el transporte y la producción pasaron a depender de máquinas que inicialmente funcionaban a vapor y que posteriormente, a mediados del S. XIX, empezaron a funcionar con motores de combustión interna y con energía eléctrica. No podemos negar que estas transformaciones sin precedentes aceleraron el crecimiento de la economía y facilitaron enormemente nuestro trabajo, pero también dieron lugar a un problema global que hoy se conoce como el “calentamiento global”.
El carbono es un elemento químico fundamental para la existencia de la vida en la tierra. Está presente en la naturaleza en forma de cuerpo simple (que a temperatura ambiente es sólido, como puede ser el carbón), en forma de compuesto inorgánico (por ejemplo, en el compuesto formado por dos moléculas de oxígeno – dióxido- y una de carbono, es decir, en el dióxido de carbono o CO2) o en forma de compuesto orgánico (como puede ser el petróleo, el gas natural o la biomasa). Para resumirlo: el carbono está por todas partes.
El principal problema viene de que la combustión a gran escala de compuestos orgánicos para producir energía, libera grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera (uno de esos gases que produce el efecto invernadero). Esto es lo que en la jerga de pasillo se conoce como “emisiones” y estas emisiones terminan creando una especie de capa en la atmósfera que actúa como un invernadero, haciendo que el calor del sol y el que nosotros generamos, se quede atrapado en la tierra. A este problema se le suman otros producidos por el uso de fertilizantes y productos químicos, o por la extracción excesiva de recursos naturales que hacen que la tierra no pueda absorber todas las emisiones que generamos. Resultado: tenemos una gran boina sobre nuestras cabezas que hace que la tierra esté aumentando su temperatura de manera extrema, con consecuencias dramáticas para el planeta y para las personas que vivimos en ella.
Después de muchos años de debate, se ha llegado a la conclusión de que descarbonizar la economía es importante porque la única forma que tenemos para sobrevivir en la tierra con el nivel de vida que tenemos actualmente (o incluso mayor), es limitando el aumento de la temperatura global a 1.5°C con respecto a los niveles preindustriales. Y, para ello, debemos conseguir que todos los modelos de negocio que hoy en día emiten gases de efecto invernadero (GEI) (los principales serían el dióxido de carbono (CO2), el óxido nitroso (N2O) y el metano (CH4)), puedan seguir existiendo, pero sin generar ningún tipo de emisiones.
Es decir: necesitamos construir la economía “Net-Zero” o “Cero emisiones”. ¿Y qué ocurriría con las actividades que no puedan reducir sus emisiones? Pues sencillamente, deberán desaparecer. Y, además, deberemos empezar a crear negocios que sean “negativos en carbono”, es decir, negocios que ayuden a capturar todo el CO2 de más que hemos venido emitiendo el último siglo.
A partir de aquí, la pregunta es clara. ¿Estará afectada mi actividad empresarial o mi negocio por estos nuevos requisitos de cero emisiones que se están imponiendo a nivel global? La respuesta es que sí en todos los casos. Por ello, se han desarrollado numerosas iniciativas, como la puesta en marcha por la Science Based Target Initiative (o la iniciativa de objetivos basados en la ciencia), que ayuda a las empresas a establecer objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero alineados con las trayectorias que limitan el aumento de la temperatura global a 1.5°C en el planeta, o por debajo de los 2°C, al tiempo que se impulsan ventajas competitivas en esta transición hacia una economía baja en carbono.
Pero, además, Europa ha dado un paso adicional aprobando en junio de 2020 un reglamento que se conoce como la “taxonomía europea de finanzas sostenibles”, que clasifica las actividades económicas en función de si contribuyen o no a cumplir con los objetivos establecidos por el Pacto Verde Europeo, los compromisos del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. La taxonomía está enfocada a mitigar el cambio climático y adaptarse al mismo, proteger el agua y los recursos marinos, promover la transición hacia una economía circular, prevenir y controlar la contaminación y proteger y restaurar la biodiversidad y los ecosistemas.
En esta clasificación se determinan los criterios técnicos que permiten identificar qué condiciones hacen que una actividad pueda considerarse como que contribuye a la mitigación y adaptación al cambio climático o a alguno de los otros 4 objetivos que establece la taxonomía, al tiempo que se garantiza que no dañe significativamente otros objetivos medioambientales y cumpla con unos mínimos estándares éticos y laborales.
En esta clasificación, encontramos actividades como la silvicultura, la forestación, la rehabilitación y restauración de bosques, la restauración de humedales, la fabricación de equipos para la producción y el uso de hidrógeno, las tecnologías de energías renovables, la fabricación de equipos de eficiencia energética para edificios, la fabricación de pilas, baterías y acumuladores, la fabricación de tecnologías hipocarbónicas para el transporte, la generación de electricidad a partir de energía solar fotovoltaica o energía oceánica, las actividades de cogeneración a partir de energía solar, geotérmica o a partir de combustibles y líquidos de fuentes renovables no fósiles, la construcción, ampliación y explotación de sistemas de captación, depuración y distribución de agua, el compostaje de biorresiduos y un sinfín de actividades que ganarán enorme importancia en los próximos años.
En definitiva, la España descarbonizada a la que pretendemos llegar para el año 2050, y en líneas generales, los modelos de negocio que poblarán el mundo a partir de ahora, tendrán tres características principales: no producirán emisiones de gases de efecto invernadero, siendo netas en carbono, no producirán daños en el medioambiente y deberán respetar unos principios éticos básicos para poder existir. ¿Quiere esto decir que dejaremos de estar rodeados de peluquerías, ferreterías, restaurantes, tiendas o panaderías? Por supuesto que no. Pero todos estos negocios deberán estar “descarbonizados” para poder existir y, para ello, tendremos que tirar del ingenio que nos caracteriza como seres humanos, desarrollando nuevas tecnologías que no dañen el medio ambiente y que nos permita satisfacer las necesidades del presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras. En resumen: un desarrollo sostenible para todos.