Sector Exterior: la apuesta por un nuevo centro de gravedad en Oriente
Josep Piqué, Ex ministro del Gobierno de España (1996-2003), economista y empresario nos aporta su visión sobre el comercio exterior español y Asia como destino.
Los últimos datos sobre la evolución de la economía española reflejan que 2021 y 2022 van a ser años de intenso crecimiento tanto del PIB como del empleo y que recuperemos los niveles previos a la pandemia a lo largo del próximo año.
Es cierto que el INE ha corregido a la baja sustancialmente el crecimiento en el II Trimestre, pero eso augura un fuerte repunte en la segunda mitad de año y todos los analistas creen que estaremos, para este ejercicio y el siguiente, creciendo por encima del 6%. Otra cosa es lo que pueda pasar a partir del 2023 si no se acometen las medidas de política económica y las reformas estructurales que necesitamos para conseguir una senda de crecimiento sólida y estable en el medio y largo plazo.
La recuperación de la economía española se está basando en una fuerte recuperación del consumo gracias al incremento de ahorro durante la pandemia como producto del cierre de la economía y por el llamado efecto precaución. Es más, un rebote que una recuperación sólida y sostenible que sólo puede basarse en una mejora en el empleo y en una evolución salarial pareja a incrementos de productividad. De ahí el énfasis en reformas que aporten flexibilidad y, al mismo tiempo, menor precariedad en el mercado de trabajo, teniendo en cuenta la situación general de las empresas y la moderación en la evolución salarial que la actual situación comporta.
A largo plazo, necesitamos además y de forma urgente, una mejor y mayor adecuación de la oferta y la demanda de puestos de trabajo, mejorando sustancialmente la formación profesional y dual -que parece que se está enfocando, por fin, correctamente- y, en general, nuestro deficiente sistema educativo.
Lamentablemente, en cambio, no parece que la legislación que afecta a la educación primaria, secundaria y universitaria vayan en la buena dirección. Si queremos aumentar la productividad -base de la competitividad de nuestra economía, una de las más abiertas del mundo- necesitamos potenciar nuestro capital humano, con conocimientos, fomento de una cultura del esfuerzo, y educación en la excelencia, como hacen los países más avanzados del mundo.
La otra pata de la recuperación es la evolución del sector exterior, ya que el otro componente de la demanda interna -la inversión- todavía sigue en tasas negativas si la comparamos con el periodo pre-Covid19.
De hecho, históricamente, desde el ya lejano Plan de Estabilización de 1959, el ciclo económico en nuestro país ha seguido normalmente la misma pauta.
Cuando el crecimiento se debilitaba o incluso era negativo, la respuesta venía mediante una recuperación de la competitividad -vía depreciación del tipo de cambio, durante muchos años o mediante un ajuste del coste de los factores productivos- facilitando un aumento de las exportaciones, las inversiones extranjeras directas así como los flujos turísticos. A partir de ahí, se producía la consecuente recuperación de la demanda interna, alimentando de nuevo el crecimiento.
Ahora esta pauta se cumple a medias. Por razones obvias, dadas las restricciones a la movilidad, el turismo no sólo no ha jugado su habitual papel positivo, sino que ha sido un auténtico lastre si lo comparamos con situaciones anteriores. También hay dudas crecientes sobre la evolución de la inversión extranjera directa o, en general, sobre los flujos financieros exteriores, dada la incertidumbre sobre la estabilidad política, la ausencia de reformas, o los cambios legislativos que afectan a la seguridad jurídica.
Asimismo, existen aún incertidumbre sobre nuestra capacidad de absorber los Fondos Europeos y que se destinen no al gasto ni a ganar espacio fiscal, sino a la inversión productiva que incremente nuestra digitalización y nuestra adaptación a los requerimientos de la transición medioambiental y energética.
Sin embargo, sí que estamos observando un magnífico comportamiento de las exportaciones y una clara mejora de nuestro saldo en la balanza comercial, con tasas de cobertura superiores al 90%. De hecho, si excluimos el sector energético, el saldo sería claramente positivo. El saldo energético, sin embargo, empeora por el incremento de sus precios en los mercados internacionales, como bien apreciamos en la evolución del coste de la electricidad o del gas y de los combustibles, con un impacto negativo sobre el consumo de las familias, pero sobre todo sobre los costes empresariales.
En cualquier caso, además de esa evolución general positiva -que ha supuesto que durante la crisis pandémica hayamos mantenido un saldo positivo en el conjunto de la balanza de pagos, algo mucho menos habitual en nuestra historia-, también vamos mejorando en cuanto al destino de las exportaciones y a su composición sectorial, cada vez con mayor valor añadido.
La concentración de nuestras exportaciones en sectores tan competitivos como los bienes de equipo, la agroalimentación, los productos químicos o el automóvil y la automoción en general señalan esa buena tendencia, así como la cada vez más importante exportación de servicios de gran valor añadido, son, indudablemente, claras fortalezas.
Pero una de nuestras debilidades históricas es una excesiva dependencia de los mercados comunitarios que siguen suponiendo más del 60% del total (y en torno al 70% si añadimos el Reino Unido). Pero de nuevo cabe identificar ahí también un, de momento, leve pero significativo dinamismo de las exportaciones hacia otras regiones del mundo.
Los datos de los siete primeros meses de 2021 así lo corroboran. Y en ese ámbito, hay que destacar los crecientes flujos hacia Asia, excluido Oriente Medio que también crecen, pero en menor medida.
Las exportaciones hacia China, Japón, India, Corea o el Sudeste asiático se van consolidando, creando una base exportadora más diversificada y orientada a las zonas con economías más dinámicas y competitivas del mundo.
Es un reflejo fiel de la capacidad de nuestro tejido empresarial a la hora de hacer frente a situaciones de crisis y aprovecharlas para ganar cuotas de mercado. La colaboración y apoyo de las Administraciones es fundamental, pero hay que insistir en que la mejor manera de disponer de unas empresas con posibilidades de abrir, mantener y aumentar nuestra presencia en los mercados internacionales es que dispongan de una dimensión suficiente para que esa evolución sea sostenible en el tiempo. Las políticas en favor de incrementar la escala de nuestras empresas deben ser un hilo conductor claro de las políticas públicas.
Es cierto que nos enfrentamos a serias incertidumbres. Una no menor es saber en qué medida episodios como la previsible quiebra de la gran inmobiliaria china, Evergrande, pueda afectar al crecimiento de su economía y, sobre todo, a su demanda exterior de bienes y servicios. Si no se resuelve adecuadamente, las consecuencias pueden ser graves en una economía con altísimas cotas de endeudamiento privado, un sector bancario muy problemático en cuanto a su solvencia y liquidez y una ruptura de la burbuja inmobiliaria de dimensiones relativas muy superiores a la que sufrimos en España hace unos pocos años.
Hay que prestar atención a la evolución de este tema, pero cabe decir que, pase lo que pase, no va a tener las consecuencias catastróficas que tuvo, en su momento, la quiebra de Lehman Brothers.
Como tampoco conviene seguir el incremento evidente de las tensiones geopolíticas en el Indo-Pacífico y el creciente antagonismo de Estados Unidos y sus aliados con China.
Pero el mensaje sigue siendo claro: hay que seguir apostando por Asia en su conjunto que, pase lo que pase, seguirá decantando a su favor el centro de gravedad del planeta.
Josep Piqué, Ex ministro del Gobierno de España (1996-2003), economista y empresario.