Por José María Romero Vera, Director de Economía e Internacional en Equipo Económico (Ee).
Todos estamos probablemente de acuerdo estos días en que nos enfrentamos en la actualidad a un mundo más complejo. Y es que se están produciendo transformaciones de gran envergadura, como los cambios geopolíticos que han contribuido a la reactivación del conflicto palestino-israelí y que están alterando el orden económico mundial, los efectos derivados del cambio climático y las medidas adoptadas para hacerle frente, los rápidos avances en materia de digitalización e inteligencia artificial y el proceso de envejecimiento de las economías desarrolladas.
En este escenario global, las crisis económicas se han intensificado en los últimos años. Las que derivaron de la pandemia y del comienzo de la guerra en Ucrania tienen aún dos consecuencias claras para una economía global en plena desaceleración: la persistencia de la inflación y el fuerte aumento de la deuda pública. Para abordarlos, los bancos centrales mantienen políticas monetarias restrictivas, mientras que surge el debate sobre la falta de capacidad de los gobiernos para reducir sus elevados niveles de deuda.
Como consecuencia, Europa se enfrenta a una situación de claro estancamiento, pero con una fuerte heterogeneidad entre países. Destaca el frenazo que está experimentado Alemania, uno de los países europeos más afectados desde el inicio de la guerra en Ucrania, especialmente su sector industrial. En sentido contrario y frente a lo sucedido durante la pandemia, la composición sectorial de la economía española y su menor dependencia económica y energética de Rusia y Ucrania la están beneficiando ahora en términos comparativos europeos. Destaca el papel del turismo, que se ha recuperado por completo, particularmente en cuanto al gasto por turista.
De forma que en Equipo Económico (Ee) prevemos una tasa de crecimiento del PIB español del 2,4% en 2023, claramente por encima de la media europea y de lo esperado a comienzos de año, pero muy por debajo del crecimiento del 5,8% registrado en 2022 en el contexto de recuperación postpandemia. Para 2024, estimamos un crecimiento del PIB del 1,8%, solo ligeramente por encima del crecimiento potencial, ante una contribución menos favorable del sector exterior. En este contexto, pronosticamos para el año próximo un crecimiento medio anual del IPC del 3,5%, mientras la creación de empleo seguirá demostrando una marcada resistencia, si bien la tasa de paro se situará aún en los niveles más elevados de la UE, el 11,9% en 2024. Con el elevado gasto estructural de los últimos años y las nuevas reglas fiscales europeas aún en fase de negociación, estimamos que el déficit público se situará todavía en el 3,7% en 2024.
En este complejo panorama internacional y nacional, las empresas vienen incorporando los niveles de mayor incertidumbre en sus modelos de negocio y en sus planes de contingencia. En esta línea, destacamos diez claves para contribuir a su resiliencia y al encaje de la estrategia a las perspectivas económicas:
Primera, el escenario base para la economía española es de desaceleración, si bien con diferencias por sectores y perspectivas aún muy positivas, por ejemplo, para el turismo y las energías renovables.
Segunda, las presiones inflacionistas persistirán en los próximos meses, por lo que resultará necesario mantener un enfoque integral para la fijación de precios, y continuar planteándose la estructura de costes, márgenes y financiación.
Tercera, los tipos de interés se mantendrán elevados, siendo clave la adaptación al nuevo coste del capital y la gestión de la deuda.
Cuarta, los aspectos medioambientales van a seguir cobrando mayor protagonismo en las condiciones de acceso a la financiación.
Quinta, la depreciación del euro frente al dólar contribuye al encarecimiento de la factura energética y acentúa la relevancia de la eficiencia y la transición energética.
Sexta, la logística y la diversificación de los proveedores y de los mercados se han vuelto aún más importantes ante los conflictos geopolíticos y los cuellos de botella en las cadenas globales.
Séptima, frente a la disrupción tecnológica y la situación en el ciclo económico, resulta clave contar con estrategias de recursos humanos que permitan la adaptación al continuo cambio, capaces de atraer y retener a los mejores, y con un menor impacto en el coste.
Octava, dadas las necesidades futuras de ingresos públicos y la tentación que suponen los incrementos impositivos, la simplificación de estructuras empresariales podría resultar positiva.
Novena, el menor margen disponible por el lado de la política fiscal hace prever un menor apoyo público frente a futuras crisis.
En décimo y último lugar, y para afrontar algunos de estos retos empresariales hay que considerar a los fondos Next Generation EU como una oportunidad en el medio plazo. Terminarán llegando al sector privado y facilitando la inversión.
En todo ello el sector público tiene también un papel relevante. El fomento de un crecimiento económico sostenido requiere una política monetaria y fiscal coherentes, así como llevar a cabo reformas estructurales ambiciosas. Aunque su implementación en España resulta poco probable en el corto plazo ante la evidente dificultad de contar con un gobierno comprometido con unas reformas suficientemente consensuadas y en aras del interés general, y corre así el riesgo de que su economía se quede estancada. Sin embargo, la economía española ha demostrado en momentos relevantes de su historia reciente ser capaz de avanzar y converger hacia la media europea gracias al impulso reformador; como también lo ha hecho Portugal en los últimos años, con resultados muy positivos. Aprendamos de estas experiencias, está en juego nuestro nivel de bienestar en el medio y largo plazo.